Semblanza de la Dra Rosa E. Pasqualini
Rosita inició la carrera de medicina en 1968, después de haber completado el magisterio en la Escuela Normal J.B. Alberdi y de haber cursado dos años de la carrera de bioquímica; valga esta aclaración para entender la diferencia de edad con el resto de sus compañeros. Sin embargo, una vez en medicina, cursó regularmente toda la carrera para recibirse en tiempo y forma.
Descendiente de italianos (Pasqualini – di Vecce), era la hija menor de cinco hermanos, un solo varón. Educada con una impronta basada en la responsabilidad y contracción al trabajo, no tuvo ningún rasgo de hija menor mimada.
Con la temprana muerte de su padre, la casa quedo literalmente al mando de doña Ester, mujer de mucho carácter y autoridad, a quien sus hijos idolatraban y obedecían por igual.
La conocí en la Facultad, en el tumulto de las clases teóricas, integrada inmediatamente a sus compañeros y con un dinamismo y entusiasmo notables. Muy prolija con su indumentaria, libros y cuadernos, tomaba muy buenos apuntes de las clases por lo que era frecuentemente consultada.
A poco andar, mostro su interés por la cirugía y lo canalizó a través de la instrumentación quirúrgica. Ingresó al Sanatorio Modelo, donde empezó a instrumentar para mi padre. Como demostró dedicación, empeño y prolijidad y además estaba disponible cualquier dia y a cualquier hora, se convirtió en su instrumentadora oficial. También actuaba como 2do ayudante cuando hacía falta
Cuando comenzamos el practicantado , en el cuarto año de la carrera, se agregó a la guardia de los días Sábados en el Hospital Padilla, a cargo de Henry Cartagena Lepelletier. Era una guardia con un régimen de trabajo superior a la media, y Cartagena era incansable en su labor. La Rosita, como era de esperar, se adaptó de inmediato y trabajaba a su lado las 24 horas.
Ya médica, se agregó a la sala X del Hospital Centro de Salud, cuyo Jefe era el Dr. Vicente Brunella y allí desplegó su actividad hasta el año 1990, cuando paso a la Unidad de Cirugía Torácica, donde trabajó hasta su retiro, siempre con pasión y entusiasmo.
Además de la practica en el Hospital Centro de Salud, en el año 1977 , con la creación del Hospital de Simoca, fuimos nombrados los dos como médicos de guardia . Durante algunos meses éramos solo cuatro cirujanos para los siete días de la semana, por lo que debíamos turnarnos para cubrir los tres días faltantes. Recuerdo que durante los seis años que trabajé allí, ella me recibió la guardia religiosamente media hora antes de lo que debía.
En su etapa de Simoca, la Rosita cosechó afectos y respeto muy notorios. Lo que destacaba siempre la gente era su dedicación permanente con los pacientes a quienes, si era necesario, seguía atendiendo en el Centro de Salud.
Cuando consiguió el traslado de Simoca al Centro de Salud, se hizo cargo de la guardia de los lunes . Su actividad continuó siendo, como siempre, permanente de comienzo a fin de la guardia. Por supuesto que exigia a sus practicantes la misma dedicación que ella brindaba.
Debo decir que su desempeño en la Unidad de Cirugía Torácica fue fundamental para el desarrollo de la misma. No solo por su actividad quirúrgica , sino también por su capacidad organizativa. Estaba atenta a todo, desde que ingresaba un paciente, estudios preoperatorios, tramites administrativos, necesidades del paciente y su familia, registro y seguimiento de pacientes; Nada escapaba a su control ni quedaba sin solucionarse.
Tambien debo reconocer que su carácter fuerte y su “voz de mando” le valieron algunos conflictos, pero no tengo dudas que siempre fueron por priorizar al paciente antes que ninguna otra cosa.
En síntesis, puedo decir que la Rosita fue una mujer polifacética: muy buena cirujana, excelente e incondicional amiga, solidaria y dispuesta a ayudar siempre, muy divertida en su juventud, carente de vanidades y permanentemente apasionada por su profesión.
Alfredo Amenábar